Para los mexicanos el petróleo es como el reloj del
abuelo: lo más sensato sería venderlo, pero por cuestiones sentimentales no es
posible. En México la nacionalización del famoso oro negro, llevada a cabo por
el presidente Lázaro Cárdenas allá
por 1936, es un logro nacionalista similar a la independencia de España o al
triunfo del famoso general Zaragoza sobre las tropas francesas.
Los mexicanos no se preocupan de que la privatización
haya puesto el petróleo en manos de unos cuantos, con la concesión de
privilegios enormes a los miembros de un sindicato corrupto y muy poderoso. No piensan
tampoco en que consumen gasolina muy cara, aun cuando es subsidiada por el
Estado. Nada de eso tiene importancia. La privatización hecha por Cárdenas quitó
un recurso nacional a los ladrones gringos y a los no menos ladrones ingleses y
lo devolvió al pueblo. Punto.
De ahí que todos los candidatos a presidente de México
tengan que repetir hasta el cansancio durante la campaña “PEMEX no se vende”. Pero
después, cuando ya ocupan la presidencia, salen con que “no estaría mal
analizar bien la situación”.
Todos los políticos más o menos sensatos de México saben
que PEMEX en manos públicas, como ocurre con cualquier empresa, ha sido un
fracaso, que con inversión extranjera la empresa se modernizaría y que sería más
costeable para el país. Pero hablar de privatizar el petróleo en México es lo
mismos que autonombrarse traidor a la patria. Sería quitarle a los mexicanos su
sustento para dárselo a los gringos, los enemigos por antonomasia de los pobres.
Varios presidentes han barajado la propuesta de privatizar,
pero no han hallado cómo decírselo al pueblo y que el pueblo lo acepte. Los panistas
Vicente Fox y Felipe Calderón se quedaron con las ganas. Al primer intento o
mención de privatizar PEMEX, la izquierda, que en cualquier país quiere que
todo sea del Estado aunque no produzca nada, les organizó tal campaña para
hacerles fama de vendepatrias que los hizo desistir de su propósito.
Enrique Peña Nieto, por lo visto, también quiere
privatizar el petróleo, pero ha tenido que empezar el proceso por afirmar que
no quiere hacerlo, por las cuestiones de popularidad que obligaron a sus
antecesores a decir lo mismo. ¿La pregunta es si dejará sus pretensiones allí o
correrá el riesgo para modernizar a su país a costa de ser considerado un
vendepatrias?
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