domingo, 30 de junio de 2013

Un Estado democrático no deja de ser un problema

Puede pensarse que los gobiernos que limitan a las libertades y se adueñan de todo dentro de un país, son sólo las dictaduras militares, pero no siempre es así. Las exigencias populistas y el deseo de los políticos por seducir a las masas, provocan que en las democracias más avanzadas, el Estado se convierta en el peor enemigo de los hombres libres.

Eso ocurre debido a que quienes viven del Estado se esmeran demasiado en atribuirle a éste una importancia que siglos de historia han demostrado que no tiene. Muchos podrán opinar que eso es cierto, pero que tienen una disculpa debido a que creen que el Estado es la principal vía para sacar a un pueblo adelante.

Pero, indudablemente, hace falta demasiada ingenuidad para creer tal cosa. La verdad es que aquéllos que promueven el crecimiento del Estado están interesados en hacer creer a los demás que ellos, que viven del dinero de los contribuyentes sin necesidad de dar verdaderas pruebas de merecerlo, son indispensables.

Eso, visto está, no es cierto. Infinidad de funciones que el Estado por la fuerza se atribuye podrían salir mucho más económicas y darían mejores resultados si estuvieran a cargo de la iniciativa privada. Por poner un ejemplo: la educación. Allá donde el Estado se atribuye la obligación de educar a la niñez se desperdicia el dinero de una forma aterradora. Pero, peor aún, se desperdician seres humanos.

Alguien podría decir que eso es verdad, que los niños educados por el Estado medio saben leer, menos que eso saben escribir y no aciertan nunca en las operaciones matemáticas más elementales, pero que esa educación, por deficiente que sea, es gratis.

Quien piensa eso comete un terrible un error. Si bien es cierto que a muchos no les cuesta nada que el Estado eche a perder a sus hijos, detrás de ello se esconde un crimen que no tiene justificación. El Estado no es una fuente de recursos, sin embargo los demanda para llevar a cabo las funciones que se atribuye.

Y ese macabro ritual que consiste en encerrar a inocentes niños con un despiadado y fanático sindicalista, que el Estado descaradamente llama clase, tiene un costo muy alto que sale de los bolsillos de los ciudadanos que trabajan y no esconden sus ingresos. Y, por supuesto, los que más pagan son aquéllos que tienen el valor de aprovechar la libertad.

Si hay por allí un ciudadano que tuvo un desmedido éxito gracias a la educación que imparte el Estado, no debería de darles las gracias a los políticos, porque ellos nada le dieron. Los verdaderos responsables son aquellos personajes que han tenido el valor de luchar por sus sueños y de arriesgarlo todo, los que saben que con valor, dedicación e inteligencia no hay imposibles, porque ellos son las victimas preferidas del Estado, y quienes pagan a regañadientes los milagros que los políticos se atribuyen para poder seguir viviendo sin hacer mucho esfuerzo.

Lo anterior, con sus respetivas variantes, ocurre con las pensiones, la venta de servicios y toda función en la cual el Estado pretenda ser único e indispensable. Si el Estado ha surgido amparado estrictamente por la democracia, de todas formas se fracasa incansablemente, se cometen innumerables y absurdos errores y se desaparece el dinero con la magia que brinda la corrupción y la irresponsabilidad.

La democracia permite que la gran mayoría en un país pueda elegir a los gobernantes. Si eso es un bien, entonces es el único que emana de ella, porque todo lo demás que da es bastante cuestionable. Y aun así, es probable que la democracia sea la más adecuada forma de gobierno que existe. Lo de probable  tiene importancia debido a que en la democracia cuenta el voto de los perezosos, de los que adoran la ignorancia, de los fanáticos, de los irresponsables, y en suma de todos aquéllos que desconocen lo que es el Estado y lo que puede esperarse de él.

Todos los políticos del mundo, o una aterradora mayoría, podrían ser definidos con esta frase: “Trabaja para tener contentos a los que podrían votar por él y así enriquecerse sin hacer gran mérito”. El primer paso para que un político se enriquezca es tener felices a sus posibles seguidores. Primero el cargo publico, después el dinero.

Y cuando los votantes del aspirante a millonario son fanáticos, egoístas o ignorantes que no saben ni se interesan por saber lo que es mejor para su país, aun así éste no hará absolutamente nada que vaya en contra de los deseos de ellos. Y si, por el contrario, se muestran hambrientos de que el Estado les regale cosas por el simple hecho de existir, las recibirán si saben pedirlas en el lugar correcto, aunque para ello el Estado se vea en la necesidad de asfixiar más a sus contribuyentes, que a fin de cuentas éstos comúnmente son pocos y por lo tanto no pueden hacer mucho daño con su voto.  

Si alguien piensa que ese gran precio bien vale la pena siempre y cuando el Estado democrático, por ser tal, todo lo demás lo haga bien, naturalmente se equivoca. En el Estado democrático se finge eficiencia, se le da paso de tortuga a todo proyecto para argumentar que está bien estudiado; también son muchos los que opinan, cuestionan y tratan de imponer. Y semejante abuso del despropósito conduce invariablemente al desmesurado consumo de los recursos públicos, los mismos que anteriormente estuvieron en el bolsillo de hombres libres que no se niegan a hacer la labor más digna del mundo: llevarse el pan a la boca por medio del trabajo.

Por ello, por más democrático y limpio que sea el surgimiento de un Estado, siempre será un gran enemigo de la libertad, retardador del desarrollo y verdugo incansable de los hombres libres. El primero que impide el crecimiento económico de un país, contrario a lo que muchos piensan, es su propio Estado, y ésa es una de las verdades más grandes del mundo. 

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