Difícilmente
saldría bien librado el Estado si se le valora en términos completamente
liberales. Sí es necesario, ya se ha dicho, es una columna de la libertad
porque es el único posible proveedor de justicia. Pero lamentablemente se
acepta su existencia para que libere a la sociedad de una plaga y no sólo no la
combate bien sino que se termina convirtiendo en infinidad de plagas a veces
más peligrosas que la que es su deber erradicar.
Ésa
es la gran realidad del Estado, así es, y así ha sido siempre. No es posible
planear y formar un Estado que funcione bien. Pero sí es posible detener un
gran número de los males que le acarrea a un país. Se pueden reducir sus
desmesurados gastos y controlar un poco sus innumerables arbitrariedades. Pero
para lograr todo eso es indispensable una cosa: aprender a verlo cómo realmente
es. Si la población de un país sigue viendo a su Estado como la única posible
fuente de todos los bienes del mundo, eso sólo les abrirá la puerta a los
políticos que lo integran para ejercer con el más absoluto descaro la
corrupción.
Aquéllos
que integran el Estado difícilmente, por meritos auténticos, son dignos de
homenaje, pero sí lo son de una estrecha vigilancia. Los políticos son, con muy
contadísimas excepciones, de las personas que menos trabajan, de las que más
reciben bienes inmerecidos, de las que más usan turbias influencias para
librarse de un castigo y, por supuesto, de las más propensas al uso de la
mentira. Eso es el Estado, no otra cosa que políticos, personas que la mayoría
de las veces han seleccionado el oficio porque promete mucho sin esfuerzo.
El
Estado está siempre buscando el crecimiento, sea cual sea la tendencia
ideológica de sus más poderosos integrantes. Esto ocurre porque una persona
corrupta que ama la pereza y el dinero, es decir, el típico político, siempre
buscará la forma de verse rodeado de iguales que eventualmente puedan
protegerla. En este caso no sabotea el crecimiento del Estado la envidia,
porque el pastel es una fuente inagotable de recursos, porque hombres emprendedores
a los cuales cobrar impuestos siempre habrá.
Por
eso, por el desmesurado interés del Estado por crecer, nadie debería de
alegrarse al escuchar que tiene proyectos, porque eso solamente significa que
está alcanzando sus objetivos de crecer y de controlarlo todo. Es posible que
algunas veces los proyectos del Estado terminen generándole un bien a algunos
pocos, pero también es cierto que detrás de ello existe la más descarada
corrupción y que tales proyectos han excedido con muchísimo su costo real.
Por
ello, un Estado muy activo tampoco es garantía de nada bueno, sólo de que les
sale muchísimo más caro a los ciudadanos de cómo saldría si fuera perezoso. La
principal razón por la que es enemigo de la libertad es su naturaleza misma, ya
que por ser tal se atribuye el derecho a decidir lo que hará y cuánto eso
costará. Si bien es cierto que el Estado requiere para un buen cumplimiento de
la justicia de poderes ilimitados, también lo es lo que tal cosa conlleva un
gran riesgo que puede ocasionar que se practique más la injusticia que la
justicia.
Tan
poco confiable es el Estado en cualquiera de sus múltiples formas, que no es
correcto esperar a que él cambie para que la sociedad vaya por el mismo
sendero. El Estado aún con una sociedad muy bien organizada tendrá errores,
actos de corrupción y demás acciones que comúnmente lo caracterizan, y nunca
cambiará por dentro si no se le obliga a cambiar desde afuera. Pero aún así
sería un error esperar que cuando funcione bien llene a su pueblo de
innumerables beneficios. Esa no es su función y en intentos de llevarla a cabo
se han destruido países enteros. Cuando el Estado funciona bien da a su pueblo
las condiciones necesarias para vivir libremente, más de él no se puede
esperar. Pero con eso es suficiente para que quien tiene el carácter necesario
se labre la felicidad. Finalmente, quien no está interesado en ella jamás la
conseguirá así viva en el país más funcional del mundo.
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