miércoles, 12 de junio de 2013

La clase política contra el resto del mundo

La clase política, o sea los servidores públicos, llámese alcaldes, gobernadores, jueces, legisladores, ministros, etc y etc, son un sector de la población en cada país, pequeño en porcentaje pero siempre más grande de lo que es debido. Por ejemplo, en Grecia suponen el 7% de los griegos y el 20% de los que trabajan.

En todos los países del mundo, dictaduras y democracias, esta clase política genera un círculo de protección a su alrededor, se otorgan sin permiso de los contribuyentes privilegios muy por encima de los que goza un trabajador del sector privado. Laboran por lo general pocas horas al día, descansan dos días a la semana, su salario está muy por encima de lo que amerita lo que producen y el gremio los hace inmunes a ciertas leyes. O a todas según el rango.

Los miembros de la clase política también se caracterizan porque son los últimos en sentir las crisis económicas. Las empresas privadas quiebran y despiden al personal, pero las dependencias públicas no quiebran, se sostienen con los impuestos que entran del sector privado. Y el hecho de que muchos negocios se arruinen y dejen de contribuir no les afecta en gran medida. Solucionan ese faltante subiendo los impuestos a los que aún no van a la quiebra. Sencillo. Para ellos.

El Estado se la pasa alardeando de que lucha contra la inflación. Pero todo lo que hace lo contradice. El famoso IVA, al que los servidores públicos aman con locura, y que en algunos países puede ser de hasta un 22% y cuando menos es del 5%, es una inflación planeada y decretada por el Estado para tener solvencia. Por ejemplo, cuando un argentino compra algo en una tienda, tiene la certeza de que esa señora de negro que lo gobierna y toda la clase política que la rodea le han subido un 21% al mencionado producto.

Decir que esta clase política lucha contra el resto del mundo no es una mentira ni una exageración, al contrario, es una verdad tan grande como una pirámide. Las pruebas saltan a la vista sin ser buscadas. En la actualidad muchos países que hace un lustro gozaban de una economía en crecimiento son completas ruinas. Pero sus dirigentes parece que no quieren solucionar el problema, ¿para qué, si la crisis la padecen aquéllos que trabajan en el sector privado?

Se supone que los gobiernos tendrían que fomentar el crecimiento económico, no subirlo por decreto al estilo bolivariano. Para ello una reducción considerable de impuestos ayudaría mucho, provocaría la creación de empresas y, lo más importante, de empleos. Pero el Estado necesita dinero para el sostenimiento de los privilegios de la clase política, por lo tanto se niega rotundamente a prescindir de los impuestos que necesita por un par de años, mientras el barco se endereza, y lo que hace es seguir machacando al contribuyente que todavía puede contribuir con subidas de impuestos. En tiempos de crisis, nótese. El economista más idiota del mundo sabe que eso empeora el problema. Pero el Estado lo hace porque esa clase política que lo compone no puede perder sus privilegios. Punto.

Pedirle al Estado que reduzca sus gastos para que salga más barato al contribuyente es pecar de ingenuidad. Cosas tan lógicas como despedir a los funcionarios públicos en las instituciones que sobran es impensable. Siempre habrá una silla donde se sienten aunque en su escritorio no haya un solo papel. Que los presidentes dejen de viajar constantemente con enormes comitivas que se hospedan en los hoteles más caros es otra petición lógica pero impracticable. Los presidentes tienen que viajar, aunque nunca quede muy claro a qué.

Por ejemplo, ¿a qué fueron tantos líderes a la misa de advenimiento del papa Francisco si el pequeño Vaticano para nada puede ser un importante socio comercial?, o ¿a qué otros tantos fueron al funeral de Hugo Chávez, si de todos modos en Venezuela expropian las empresas transnacionales sin un mínimo de diplomacia?, ¿para qué tener buenas relaciones con los políticos bolivarianos si es imposible confiar en ellos cuando de libre comercio se trata?

La clase política se caracteriza por escandalizar con sus gastos innecesarios, ilógicos, absurdos y abusivos, como si tales fueran sus funciones. El Estado se dice está para proveer a los ciudadanos de justicia y seguridad, principalmente, y para hacer un administrado y correcto uso del dinero que le dan los contribuyentes. Pero ésas son sólo viejas y olvidadas leyendas.

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