En la actualidad en muchos países ha quedado relegado
el recurso estatal de contener las manifestaciones repartiendo palos a diestra
y siniestra. Ahora a lo mucho se usa agua, bombas lacrimógenas y barreras
humanas, para mantener a raya a los manifestantes. Hasta el PRI mexicano, tan
dado a resolver esos eventos a tiros si hacía falta décadas atrás, lleva seis
meses retrasando sus líneas de defensa ante maestros indignados por una reforma
educativa.
Por tal razón, indignarse y salir a la calle a
protestar es la moda. A fin de cuentas, ya no hay peligro, sólo basta con que
un policía toque a un estudiante o a un sindicalista para que se pida la
renuncia de un presidente. Y si bien es cierto que algunas veces salen unos
descalabrados, eso no ocurre sin que antes los manifestantes haya hecho de las
suyas, destruyendo todo a su paso para hacerse oír, a sabiendas que en estos
tiempos lo que se hace en grupo y con una bandera con el rostro del Che en alto, sea lo que sea, no es
delito: es simplemente el pueblo defendiéndose.
También es moda que el Estado, antes represor de
manifestantes, ahora diga que los entiende, que está con ellos y que lo que
hacen no es delito. No. No es delito cerrar comercios a la fuerza, no es delito
destruir la infraestructura pública, no es delito cerrar avenidas e impedir que
los que sí trabajan lleguen al lugar donde se ganan la vida, no es delito
secuestrar escuelas, no es delito rayar bardas ajenas, no es delito lanzar
piedras a cristales y ni siquiera descalabrar policías que tienen la orden de “no
tocar a nadie y menos si hay periodistas cerca”.
Se supone que los indignados no quieren nada de la
sociedad de a pie, sino del Estado. Pero a quien le pisotean sus derechos,
sabiendo bien lo que hacen, es al ciudadano común. No se le puede presionar al
Estado impidiendo que trabajen los funcionarios públicos, si sus oficinas son
cerradas por manifestantes, ellos cobrarán su sueldo normal, con vacaciones
incluidas, pero a los ciudadanos que viven del sector privado, que son la gran
mayoría, sí les afecta que no los dejen moverse.
Igual pasa con las destrucciones. Si queman una
oficina pública, no se la van a cobrar a un gobernador, sino que los impuestos
de los ciudadanos servirán para repararla. Punto. Ahí pierden todos, todos
menos el Estado. En cambio, si destruyen una tienda, como son muchos los
destructores, no hay delito. Y pierde sólo el tendero.
Haría falta demasiada ingenuidad para creer que los
indignados se creen eso de que no lastiman a la sociedad y que su lucha es
contra el Estado. Ellos saben que su método no funciona si no se sabotea la
vida de los ciudadanos de a pie, saben que para llegar al Estado, primero han
de pisotear a la sociedad.
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