Las relaciones de México con El Vaticano durante
muchos años fueron tensas para posteriormente pasar a ser, también por muchos
años, inexistentes. El primer nuncio vaticano en el país azteca, Pedro Francisco Meglia, llegó durante
el gobierno del emperador Maximiliano I,
más de cuatro décadas después de la independencia de México. El emperador y el
nuncio se pelearon pronto y este último abandonó el país para que no volviera
un sucesor suyo en casi siglo y medio.
La llamada Guerra Cristera en México, a finales de la
década de los 20s del siglo pasado, fue una lucha abierta del PRI (que todavía
no llevaba ese nombre) contra la
Iglesia católica. Lo que siguió durante buena parte del priísmo
fue una total negativa del gobierno mexicano a reconocer al Vaticano como
Estado.
El papa polaco Juan
Pablo II supo hacer las maniobras correctas para que las relaciones
cambiaran. Tuvo un acercamiento importante con José López Portillo en lo que fue un largo proceso para que el PRI
cediera. Finalmente, Carlos Salinas de
Gortari, a principios de la década de los 90s, por fin restableció
plenamente las relaciones con El Vaticano, pero con un trato frío, siempre
apegado al protocolo.
Con la llegada de Vicente
Fox al poder, las cosas dieron un giro radical. El partido del presidente
era el PAN, un partido integrado por fieles católicos. A Fox le llovieron críticas
de la oposición por besarle la mano a Juan Pablo II, lo que fue visto como una
especie de subordinación. Felipe Calderón,
también panista, evitó besarle la mano a Benedicto
XVI para no tentar a la oposición, pero su esposa, la primera dama, no tuvo
reparo en hacerlo cuando el Papa visitó México a principios del 2012.
No obstante, las cosas volvieron a cambiar. Ayer,
durante el saludo del presidente Enrique
Peña Nieto y su esposa al papa
Francisco, ninguno le besó la mano al pontífice, prueba de que en México el
PAN se fue y el PRI está de regreso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario