Desde que aconteció el muy prolongado funeral del presidente Hugo Chávez, muchos han querido hacer creer que esos ríos de gente
que se vieron alrededor de su féretro fueron la consecuencia lo bueno, lo
noble, lo brillante y lo buen presidente que fue.
El argumento que anteponen es muy sólido, si muriera
Barack Obama, Mariano Rajoy, Enrique Peña Nieto, David Cameron o Benjamín
Netanyahu, no habría una reacción igual por parte de sus respectivos pueblos,
ni siquiera a la mitad de lo que se vio con Chávez.
Pero recurriendo a la lógica, cuesta trabajo pensar
que el presidente de los Estados Unidos no quiera un Monumento a Obama como el
que tiene Lincoln, o que David Cameron no quiera un funeral a todo lo grande
como el que tuvo Winston Churchill, o que Peña Nieto no desee que cuando muera
el pueblo mexicano no repita lo mismo que ocurre cada que muere un expresidente
de México: hacer como que no pasó nada, o que Netanyahu no desee todo el tributo
que es capaz de rendir el pueblo judío a sus mejores gobernantes.
Evidentemente, todos los gobernantes quieren ser
queridos por su pueblo. Y habría que pecar de ingenuidad para creer que Chávez
fue tan buen presidente como para lograr con méritos lógicos esa proeza.
Si Obama y los otros quisieran un funeral como el de Chávez
a costa de lo que sea, ya le habrían copiado el procedimiento que usó: poner
los medios de producción en manos del Estado, sacar dinero de donde sea aunque
eso liquide al sector privado, y con ello mejorar la calidad de vida de las
clases más necesitadas, para recibir a cambio su agradecimiento y su amor.
Ésa es una buena formula, pero si no se la han copiado
a Chávez es sencillamente porque no dura para siempre. A lo mucho unos pocos
años, después todo queda destrozado. Si en Venezuela en apariencia duró tanto
se debe al siempre bien vendido petróleo. Pero el barco hace mucho que se está
hundiendo.
Si quitar su dinero a los ricos para dárselo a los
pobres fuera la formula correcta para lograr una buena economía, todos los
presidentes del mundo lo harían y todos serían queridos y respetados por sus
pueblos, y, sobra decir, cualquier idiota podría ser un gran presidente.
Pero ésa lamentablemente no es la formula correcta. Los
cubanos sólo unos pocos años deliraron por el “amado Fidel”, después el amado
Fidel tuvo que tomar medidas drásticas para que sus compatriotas no se quejaran
siquiera de su miseria. Si Chávez hubiera vivido un poco más habría tenido que usar
el mismo recurso.
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