viernes, 15 de marzo de 2013

El dilema de “prestar” o “regalar” libros electrónicos


Cuando de libros de papel se trata, que alguien regale o preste los suyos no da trabajo a policías ni a jueces. El único problema que puede haber es que algún listillo, que los hay, no devuelva los prestados, se haga mala fama y pierda una amistad. Pero de allí no pasa. No es ilegal ni indebido prestar los libros de papel, y el tema incluso es un tanto intrascendente.

Pero con el libro electrónico la cosa es bien diferente. Para muchos, que alguien “preste” o “regale” los que ha comprado debiera de ser un delito. El argumento es bien conocido: tal préstamo o tal regalo no existen, porque el dueño no pierde su original, simplemente está filtrando copias del suyo. Si, en el mejor de los casos, paga un libro electrónico, esa unidad la puede prestar o regalar a todos sus compañeros o amigos en la escuela.

Por otro lado, viendo las cosas desde el punto de vista de ese lector dadivoso, también existen argumentos a su favor. Cuando alguien compra algo, lo que sea, es libre de hacer con su “cosa” lo que se le venga en gana. Si no es comestible, se la puede comer. ¿Por qué entonces un lector no puede hacer con el archivo digital que ya compró lo que le dé su real gana? Si prestarlo por medio de una computadora le es posible, ¿por qué impedírselo?

No obstante, la diferencia entre el libro impreso y el electrónico que sí merece importancia es que alguien sea capaz de vender su copia. Con el impreso se puede hacer porque es un objeto físico, y si alguien ya pagó y leyó el suyo probablemente quiera recupera algo de su dinero. Pero el electrónico no es un objeto físico, el contenido es la labor intelectual de una persona, y lucrar con él sin el debido permiso desde luego que constituye una práctica ilegal.

El tema se presta a malas interpretaciones. Alguien podría argumentar que si una persona tiene el derecho de prestar su copia, no se le puede negar el derecho de venderla, porque a fin de cuentas le pertenece. Pero existe una gran diferencia entre ambas cosas, aunque entenderla es más una cuestión de ética que de lógica.

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