El gobierno venezolano en la era chavista no ha
escatimado nunca en fantasía ni creatividad para atribuir a los Estados Unidos
la responsabilidad de casi cualquier cosa que afecte a los intereses de
Venezuela. Chávez llegó a sugerir, que no a afirmar, que los yanquis lo habían
infectado del cáncer que terminó por llevárselo a la tumba o al mausoleo que
sus súbditos decidan construirle.
La semana pasada Nicolás Maduro continuó con la teoría
de su maestro al hacer hincapié en que su enfermedad no cumplió con los estándares
habituales y prometió para un futuro no muy lejano evidencias más concretas que
dieran cimiento a sus palabras.
Ahora ha seguido con las teorías de conspiraciones que
involucran a la CIA
y al Pentágono -que bien le vendría a Dan
Brown tomar nota para su próxima novela-, señalando que gracias a una “buena
fuente” sabe que desde estas dos cavernas del espionaje y la guerra pretenden
matar al que será su rival en la elección presidencial, Henrique Capriles, para culparlo a él y sembrar el caos en
Venezuela.
Las sospechas -o el maquiavélico plan- de Maduro
obedecen al optimismo que lo invade respecto a su inminente victoria. Según Maduro,
si el Imperio no puedrá ver a Capriles como presidente porque el pueblo no va
a votarlo, ha decidido matarlo para sacarle provecho al culparlo a él y así desestabilizar al país y poner fin para siempre a la revolución bolivariana.
Maduro sería, sin cambiara de oficio, un novelista muy
vendido.
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