Muchas veces las funciones de un jefe de Estado
consisten en asistir a aburridas ceremonias a escuchar largos y repetitivos discursos
que no hacen más que provocar sueño. Prueba de ello es la siesta que tomó el
presidente de México, Enrique Peña Nieto,
durante el funeral de Hugo Chávez, mientras Nicolás Maduro agradecía a los líderes extranjeros por su
presencia.
El vídeo de Peña Nieto dormido mientras Maduro
pronuncia el conmovedor discurso ya se convirtió en todo un éxito en YouTube. Justo a su lado se encuentra Ollanta Humala, y adelante el príncipe Felipe de Asturias y Rafael Correa. La siesta del líder
mexicano se aprecia desde que los líderes empiezan a aplaudir -menos el príncipe
Felipe, pero mantiene la mirada fija en Maduro-, y él se deja ver completamente
dormido, sin que lo perturbe siquiera el ruido de los aplausos.
Las personalidades que estaban junto a Peña Nieto tenían
motivos para no dormirse. Correa
perdió a un amigo y a un padre ideológico, estaba verdaderamente conmovido; Humala también perdió a un aliado de su
misma ideología, y muy propenso a ayudar con petróleo a todos los que pensaran
como él; por su parte, el príncipe Felipe es un aristócrata educado para
soportar sin parpadear esas pesadas ceremonias. Puede ser que poco le importara
el muerto, pero cumplir con ese tipo de protocolos es lo suyo. Pero Peña Nieto
no era ni amigo de Chávez, no es izquierdista y no tiene la experiencia del príncipe
para mantenerse despierto escuchando discursos que parecen canciones de cuna. Él
sí podía dormir. Y lo hizo.
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