Si las discusiones que pueden suscitarse entre los
cardenales -que también son candidatos- para la elección del nuevo Papa serán
para siempre, o cuando menos por siglos, desconocidas para el mundo, las que se
suscitan en Venezuela para elegir al sucesor de Hugo Chávez ya alcanzaron tintes dramáticos.
Todo empezó con la acusación de Henrique Capriles hacia Nicolás
Maduro de utilizar el funeral de Chávez como campaña -lo que es evidente- y
la puesta en duda de la fecha de la defunción. El antiguo chofer de metro se
puso furioso y lanzó terribles amenazas diciendo al mismo tiempo que no eran tales.
¿Cómo serán, entonces, sus amenazas?
Maduro, seguro como está de no ganarle a Capriles si
no es con el cadáver de Chávez como estandarte, ya se declaró hasta hijo del
presidente muerto. Cualquier descalificación del opositor hacia él, lo interpretará
como un insulto a Chávez, a la familia de Chávez y a la memoria de Chávez, y
después invitará a todo el pueblo venezolano a odiarlo con todo su corazón, en
memoria de Chávez.
Capriles sabe que para ganar tiene que destapar muchas
verdades y hacer que los venezolanos las entiendan. Y a eso va a dedicarse de
aquí hasta el 14 de abril. Mientras tanto, ante cada crítica, Maduro reaccionará
llamándolo fascista y amenazándolo con esa pequeña constitución del tamaño de
un llavero con la que incluso juran el cargo los presidentes venezolanos -versión
atea de la costumbre que tienen los presidentes de Estados Unidos de jurar con
una Biblia, Biblia de tamaño natural y apta para un ceremonia seria, aunque
también las hay del tamaño de un llavero-.
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